No quiero escribir sobre el Londres del que todos hemos oído hablar. Del Londres que conocemos por los libros, los documentales, las películas y los folletos de las agencias de viajes. Del Londres de los grandes monumentos, las hermosas catedrales y los edificios cargados de historia, que los hay y muchos.
Y tampoco voy a decir nada, por ahora, del Londres de los espectáculos y los museos (eso será otro día).
Voy a empezar mis entradas sobre esta ciudad hablando de sus gentes, del ambiente de sus calles, plazas y jardines.
Al contrario de lo que esperaba, me he encontrado una ciudad para pasear, donde me he sentigo segura. Con gente especialmente hospitalaria y educada, siempre con una sonrisa en los labios. Gente que se concentra en las plazas al atardecer para charlar, que sale a cenar con sus amigos y hace picnic en los parques a poco que sale un rayito de sol.
Son curiosos los contrastes en el vestir. Chanclas con gabardina y paraguas, verano con invierno. Gente sin complejos. Trajes de chaqueta con deportivas. Nadie se fija en nadie, nadie critica a nadie. La comodidad ante todo.
En las calles de Londres el color no está en las ropas, sino en las caras de la gente. Blancos, negros, amarillos, aceitunados,... en pacífica convivencia. En Londres te encuentras prácticamente todas las razas del mundo. Es tal la riqueza étnica, cultural y religiosa que pasea por sus calles que impresiona. Londres, siempre fiel representante de la vieja Europa, ahora se erige en símbolo de la nueva Europa, la moderna, la alternativa, la cosmopolita, la global. Y limpia, muy limpia.
Me ha sorprendido, me ha gustado y, definitivamente, Londres me ha conquistado.
Por cierto, si quieres contactar con la vieja Londres, entra en un pub. En la mayoría de ellos parece que el tiempo se ha detenido. Por suerte, porque no tenemos que perder las tradiciones. ¿Qué tal si nos tomamos una pinta bien fría?
P.D. Como muestra de convivencia pacífica (en Londres, claro)... una imagen vale más que mil palabras.
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